lunes, 10 de diciembre de 2007

BOBASTRO

EL NIDO DE AGUILAS DE "UMAR IBN HAFSUN

Hoy os quiero llevar a un sitio poco conocido de la provincia de Málaga, donde podemos ver los restos que aún quedan de una ciudad-fortaleza que fue importante contra el Califato de Córdoba y donde desarrolló buena parte de su vida un personaje que acabó siendo una leyenda y un quebradero de cabeza para los Califas.
El sitio de que os hablo es Bobastro y el personaje Omar ibn Hafsun
El lugar a donde vamos se haya sobre la margen derecha del río Guadalhorce tras su salida del desfiladero de Los Gaitanes. Allí se levanta una meseta formada por conglomerados y areniscas miocénicas conocida como la Mesa de Vi­llaverde.

Actualmente sobre su cumbre se ha construido un pequeño embalse (denominado de La Encantada) del tipo de los de acumulación por bombeo de agua desde otro inferior (contraembalse) para aprovechar los exce­dentes de energía hidroeléctrica producida en horas de bajo consumo y obteniendo así una producción suple­mentaria de energía para las horas de mayor consumo.



Desde la cumbre, donde termina la carretera, se divisa un paisaje espléndido de las calizas que forman las paredes del desfiladero de Los Gaitanes y la Sierra de Huma.

Omar ibn Hafsun, era descendiente de nobles
visigodos, que tras el establecimiento de los árabes en la península ibérica optaron por seguir las enseñanzas de la ley coránica, convirtiéndose así en los llamados muladíes.



Con el apoyo de su tío Muhadir consiguió reunir una partida de mozárabes, muladíes e incluso beréberes, descontentos con la aristocracia de origen árabe dominante.

Hacia el año 850 se enfrentó abiertamente al califato y mantuvo bajo su dominio una importante zona que extendió sus límites hasta Úbeda, Priego, Ecija y la vega de Granada.

El centro de operaciones fue el inexpugnable poblado-baluarte de Bobastro, probable­mente un antiguo asentamiento íbero. Repara el Castillo y se hace fuerte con su grupo en las alturas del monte.

Desde allí orga­nizó ibn Hafsun incesantes escaramuzas contra los califas hasta su muerte, ocurrida en la época de máximo esplendor de Abderramán III.


Poco antes de morir se hizo cristiano y construyó la iglesia mozárabe excavada en la roca cuyas interesantísimas ruinas quedan hoy en pie.

La Mesa de Villaverde se sitúa en la cumbre de la Sierra de Pizarra, la cual está dividida en dos por el Arroyo Granado.

Para llegar al punto de partida hay que tomar la carretera local que va por Alora y pasa por el poblado del Chorro.
Una vez pasado el Chorro, a poco más de 1 km, se llega a la ermita de Villaverde, construida al lado de una necrópolis medieval. Conti­nuamos y a unos 800 m. se toma un desvío hacia la izquierda en el que hay un cartel indicando que las ruinas de Bobastro quedan a 5 kms.
A unos 2'7 kms. del desvío se llega al punto donde debemos dejar el coche para subir a la iglesia mozárabe.


La vereda comienza en forma de escalinata, la cual sube por los conglomerados y areniscas y nos lleva, en unos diez minutos, a la iglesia rupestre. Allí mismo se encuentra la zona conventual que apenas está exca­vada.

Está marcado con un cartel, pero debemos ir con cuidado porque es fácil no verlo.



Todo el conjunto se encuentra rodeado por una valla metálica y generalmente no hay ningún problema en traspasar el portón.)


Una vez visitada la iglesia, salimos del recinto y rodeamos la valla hacia la dere­cha. Nos situamos por detrás de la iglesia y desde aquí sale una senda excavada en la roca que, aunque hay tramos en los que desaparece, nos lleva hasta la carre­tera. Después de andar unos 100 m. se llega a la pista por la que se accede a la carretera de servicio que rodea el embalse de la Encantada.


También es posible asomarse al tajo del Buitre, para ello baja­mos por la pista que hay a la espalda de la casa donde nos encontramos.

Se continúa bordeando todo el embalse hasta llegar a un punto en el que tenemos una vista general de las casas y cuevas de Bobastro. Un poco más allá de este punto abandonamos la carretera para pasar por un almendral, procurando mantener la misma altura, y llegamos hasta las ruinas antes citadas.

Una vez visitadas las ruinas subimos por esa misma ladera hasta el punto donde se encuentra el extremo final de la carretera, al borde de la cual habíamos dejado el coche, antes de empezar a andar. La panorámica desde este punto es impresionante, con la Sierra de Huma al frente, El Chorro abajo y a la derecha un típico meandro (curva) descrito por el río Guadalhorce.

Si cruzamos la carretera podemos subir al punto más alto de la Mesa de Villaverde, 662 m., donde se encuentra el Castillón, antigua alcazaba de Bobastro.


Iniciamos el regreso bordeándolo para acceder de nuevo a la carretera y llegar al punto de partida. Si en vez de ir por la calzada, procuramos ir durante el mayor tiempo posible pegados al borde del precipi­cio, dejando la carretera a la derecha, descubrimos nuevos restos de Bobastro.

Otra posibilidad para hacer el itinerario es dejar el coche cerca del poblado de "El Chorro" y subir por una pista que hay entre la tubería de descarga y el cruce del poblado. Esta pista se convier­te en un camino zigzagueante hasta llegar al embalse de La Encantada.



La vegetación que predomina durante el trayecto en coche desde El Chorro es un bosque de pino carrasco, con escasez de arbustos.



En los alrededores de la iglesia mozárabe vuelve a aparecer el mismo tipo, con un sotobosque algo más desarrollado y en el que abunda el romero, acompañado por aulagas, manzani­lla amarga, jaras, marrubio, etc.


Las cercanías de las ruinas de Bobastro están convertidas en tierras de labor con numerosos almendros y algún olivo.

La fauna que se puede apreciar en un solo día de visita es poca aunque nos encontraremos con el papa­moscas cerrojillo, pequeño y con dos franjas alares blancas, el cual forma bandadas con machos y hem­bras separados. También es posible observar el paso de algún ave rapaz, sobre todo del buitre leonado que suele anidar en las paredes verticales del desfiladero de Los Gaitanes. Sobre las rocas no es raro descubrir a ejemplares jóvenes de la largatija ibérica con su cola azul y esparcidas por el suelo, montículos de bolitas de excre­mentos con los que los conejos suelen marcar sus territorios.