martes, 17 de junio de 2008

MI VIAJE AL PIRINEO DE HUESCA

Medinaceli: Una posada en Castilla, de camino hacia Aragón.

Con este relato comienzo varios capítulos dedicados a mi reciente viaje a los Pirineos Oscenses. Ha sido de nuevo una extraordinaria experiencia, pues aunque ya conociamos algo, en esta ocasión hemos profundizado en los detalles de una comarca muy rica en arte, naturaleza y belleza, en general, conocida como El Sobrarbe y cuya capital Ainsa es una ciudad medieval muy bien conservada en la que te transportas a épocas remotas, que tienen más que ver con Mio Cid que con la globalización o nuestros actuales modernos sistemas de comunicación.
Al acercarte a su Castillo tienes la sensación de que te va a salir al paso un caballero con armadura y espada al cinto a requerir tu salvoconducto para acceder al recinto. pero no quiero adelantar acontecimientos pues de Ainsa ya hablaré más largo.
Pues bien, de camino y como desde Málaga resulta largo y cansado, hicimos noche en Medinaceli (Ciudad del Cielo) y concretamente en un hostal con un nombre muy evocador: Babieca.
Corresponde a una antigua casa solariega, de piedra, muy bien restaurada y donde su dueño: Mario Jiménez te recibe con amabilidad y por un buen precio te da cama y un suculento desayuno.
Es bueno hacer un poco de historia y comentar los restos y monumentos que la ciudad posee. Para ello me ayudo de mi guía de Anaya que ya tantas veces os he comentado y que son muy buenas y actuales.
"La ciudad se halla situada sobre una alta colina dentro del valle de Arbujuelo, en la provincia de Soria.
Por los restos encontrados se cree que fue un antiguo castro fortificado de tribus celtíberas; más tarde fue la Occilis romana, estratégico enclave defensivo en la calzada que conducía de Zaragoza a Toledo, y de la Medina Selim, árabe.
Algunas crónicas medievales, que la describen como «grandísima ciudad» y «logar mui sabroso para el cuerpo del omen», la vinculan a diversos caudillos islámicos y, sobre todo, a Almanzor, que la convirtió en cuartel general de sus devastadoras incursiones y al que la tradición supone enterrado en algún lugar de las proximidades (algunos autores se atreven a precisar que descansa bajo el arco romano).

También las gestas del Campeador y de sus hombres por estas tierras están referidas con tanta precisión que se ha supuesto que el oscuro autor de El Poema de Mío Cid era natural de la zona.
Tras la reconquista cristiana, Alfonso VII le dio un fuero y, sobrepasada la mitad del siglo XIII, Enrique II, el rey castellano tan proclive a conceder mercedes, otorgó a los descendientes del infante don Fernando de la Cerda el condado de Medinaceli.
La ciudad vivió a partir de entonces su época de esplendor: fue elegida como residencia por numerosas familias de abolengo y sus señores llegaron a reunir uno de los patrimonios más extensos de la nobleza española, prosperidad que culminaría con la creación del ducado por los Reyes Católicos. Los sucesivos duques, aunque mantuvieron su presencia en la villa hasta bien entrado el siglo XIX, no supieron librarla de la decadencia que se adueñó de toda la zona desde mediados del siglo XVI.
En 1561 se derribaron, por no poder atenderlas, muchas de las iglesias parroquiales. Poco después, en contrapartida, se erigió la colegiata.

Desde el caserío suburbano situado junto a la antigua carretera N II, la carretera que asciende hacia la villa permite hacerse una idea de los sucesivos asentamientos.

De la presencia romana Medinaceli conserva, además de algunos restos de la muralla y de la antigua calzada, su célebre arco del Triunfo (siglos II y III), cuya triple arcada lo convierte en un ejemplo único en España.

Puede considerarse como la joya arquitectónica del lugar.


Del recinto árabe, en la llamada Villavieja, apenas permanecen en pie algunos lienzos y torreones restaurados del castillo, y una puerta que es el observatorio más apropiado para contemplarlos.

A través de ella se accede a la antigua alhóndiga, situada en los soportales de la muy castellana Plaza Mayor,

en uno de cuyos extremos se levanta el palacio de los duques de Medinaceli, elegante edificio del siglo XVIII.


Por calles bien empedradas, repletas de mansiones, algunas completamente en ruinas, pero decoradas con múltiples escudos y protegidas por excelentes enrejados, se llega a la colegiata de Santa María, obra gótica del siglo XVI, con interior de amplia nave única y Capilla mayor pentagonal, convertida en panteón de los duques.

Otros edificios de cierto interés son el oratorio de San Román, probablemente construido sobre una antigua sinagoga,

y el monasterio de Santa Isabel, habitado por monjas clarisas.

Después de pasear sus calles al atardecer en un día algo fresco pero delicioso, entramos en uno de los pocos lugares que en la parte alta se puede comer en esta época, justo al lado del hostal. Allí tomamos alguno de los buenos productos del cerdo que da la tierra y pronto, algo fatigados nos retiramos a descansar a nuestros aposentos (perdón si la expresión parece inapropiada, pero es lo que te apetece decir en un lugar como este).

Mañana seguimos viaje y os llevaré, sin más demora por las tierras de Aragón, nuestro destino.