domingo, 13 de julio de 2008

MI VIAJE POR EL PIRINEO DE HUESCA (6)

L´AINSA: Capital del Sobrarbe.
Después de comer regresamos a la casa a descansar y por la tarde fuimos a visitar Ainsa

L´Ainsa como la llaman por allí es la capital del Sobrarbe, hoy comarca de Huesca y en otros tiempos importante Condado del Reino de Aragón, aunque nosotros la llamamos sencillamente Ainsa.

En cualquiera de los casos hoy constituye un conjunto con aire medieval de gran belleza y evocador de todo tipo de leyendas, aunque la más importante es la de la Cruz Cubierta, de la que luego hablaré y que según refiere cambió el rumbo de la historia de la Villa en tiempos de la Reconquista.

Situada en el cruce de caminos del Cinca-vía natural de acceso a las Galias-y del Ara-entrada natural a Boltaña y, a su través, al valle del Gallego-, Aínsa cobró tempranamente un alto valor estratégico.

Capital del legendario Reino de Sobrarbe, por cuya posesión cristianos y musulmanes libraron incesantes batallas (una de las cuales quedaría inmortalizada en la leyenda de la aparición de la Cruz a las tropas de Íñigo Arista, trasunto luego incorporado como hecho cierto al escudo de armas de Aragón),
la plaza pasaría a ser definitivamente cristiana y aragonesa a finales del siglo XI, tras un período de dependencia del Reino de Navarra y de Bernardo de Ribagorza.
En el primer tercio del siglo XII, el rey aragonés Alfonso I el Batallador concedería fuero de repoblación a la villa, equiparando sus derechos y exenciones a los de las principales ciudades de su reino.
Sin embargo, el lugar conocería su máximo esplendor durante los siglos XIII al XVI, período al que corresponde su urbanismo medieval mejor conservado.

Los dos ríos de aguas bravas que jalonan la villa surten a la cocina local de su elemento esencial; la trucha, que aquí se prepara, de forma tradicional, en compañía de una generosa loncha de jamón embutida en su interior.
Los asados de cordero y la caza completan la trilogía, preceptivamente acompañados de un buen vino tinto de las excelentes y vecinas bodegas del Somontano de Barbastro.

Sin embargo, el plato típico de toda esta zona del Sobrarbe son las famosas chiretas montañesas –muy diferentes de las trenzadas, propias de otras zonas pirenaicas elaboradas con el entresijo del cordero y con un relleno de menudillos, tocino, visceras y arroz.


Ahí va la receta por si algún lector curioso quiere probar hacerlas

INGREDIENTES PARA 4 PERSONAS

• Tripa, pulmón, corazón, entresijo e intestinos del cordero.
• 150 gr de tocino de jamón
• 600 gr de arroz
• 2 ajos
• perejil
• pimienta en polvo
• canela en polvo
• sal

Preparación:

La chireta equivaldría a la madeja hecha con los intestinos del cordero, aunque no hay tal madeja. La palabra puede venir del verbo aragonés "chirar" que significa dar la vuelta, porque para hacer una chireta hay que volver, o poner al revés, la tripa de cordero. Es un plato muy típico del Alto Aragón y más concretamente de las comarcas de Sobrarbe y Ribagorza.
Bien lavadas se cortan en trozos menudos las carnes del cordero. Se reserva la tripa, o piel del estómago, que servirá de envoltorio. Se corta en trozos iguales, del tamaño de una cuartilla, que se extiende bien sobre una mesa.
Sobre cada trozo se pone a partes iguales un relleno bien mezclado de todos los ingredientes, adicionando una cucharada de arroz por cada trozo de tripa. Estos se cosen con hilo blanco, dándoles una forma aproximadamente rectangular.
El relleno no se pondrá demasiado prieto para evitar que se revienten al cocerlas. Una vez rellenas, cosidas y vueltas a lavar, las chiretas se ponen a hervir en agua fría con sal; lo harán a fuego lento hasta su total cocción.
Una vez cocidas pueden comerse escurridas sirviéndolas calientes. También pueden dejarse enfriar fuera del agua y, cortadas en rodajas, se rebozan con harina y huevo y luego se fríen. Servir siempre calientes.

En cuanto a la artesanía hay que decir que en la actualidad prácticamente han desaparecido los distintos talleres existentes no hace demasiado tiempo.
En la localidad sólo mantiene actualmente abierto su taller un artesano de la madera y restaurador (Juan Rayo, en Mayor, 18), pero es fácil dar en algunas tiendas del lugar con buenos ejemplares cerámicos de la próxima población de Naval, vidriados en plomo y adornados con las características rosetas amarillentas.
Por lo que a fiestas típicas se refiere decir que los pricipales son los festejos patronales en honor de la Santa Cruz (14, 15 y 16 de septiembre).

Dentro de los actos tradicionales destaca, por encima de todo, la representación, en años alternos, de la llamada Morisma, escenificación lírica de la guerra entre cristianos y musulmanes, con especial subrayado de la leyenda de la aparición de la Santa Cruz a las tropas de los primeros y su consiguiente victoria sobre los segundos.

Desde 1983, entre finales de mayo y principios de junio, aprovechando la crecida del Cinca por efecto del deshielo (mayencada), se celebra el ya clásico descenso de navateros (almadieros) entre Laspuña y Aínsa, de notable colorismo y espectacularidad.

En cuanto a la visita llegamos al llamado barrio bajo que es una espansión natural del pueblo junto a la carretera de comunicación con el resto de la comarca, donde han abierto comercios de todo tipo y edificios de servicios para la población.
Esto no tiene interés turístico ninguno.

La auténtica sorpresa e interés está en la parte alta a la que llegamos por una calle asfaltada, siguiendo las indicaciones y por l que pueden circular vehículos hasta un aparcamiento perfectamente acondicionado junto a los muros del Castillo.

Tras dejar el coche y a pie llegamos atravesando la puerta de entrada al Castillo y tras cruzar lo que sería la plaza de armas llegamos a la impresionante impresionante Plaza Mayor.

Se trata de una gran plaza-mercado, jalonada en sus dos lados mayores de soportales medievales, quizás excesivamente urbanizada en el momento de su restauración y consiguiente declaración como conjunto histórico-artístico, pero, en todo caso, de imponente aspecto.

De la zona oriental de la plaza parten las dos calles principales de la villa, la Mayor
y la Pequeña, en las que vimos algunas hermosas casonas tardómedievales, varias de ellas con interesantes portales y ventanas ajimezadas.

Es en esta zona oriental donde se levanta la románica iglesia parroquial de Santa María.

Erigida en la segunda mitad del siglo XII (su consagración data de 1181), fue notablemente restaurada a finales de la década de los sesenta del presente siglo, con algunas modificaciones de dudosa ortodoxia aunque de impecable acabado.

El templo es de una sola nave, con ábside semicircular y cripta inferior reedificada en el momento de la restauración de todo el edificio.


Del antaño rico patrimonio mueble del recinto -totalmente expoliado en el transcurso de la última guerra civil, sólo resta una talla sedente de la Virgen del siglo XIII, procedente de una vecina localidad.

Los otros dos elementos de interés del conjunto son el claustro, adosado a la iglesia en el siglo XIII
y profundamente reformado en el siglo XIV y en la restauración de la presente centuria, y, sobre todo, la esbelta torre campanario-mirador de cuatro cuerpos, que a su vez cumple función de pórtico del recinto.

Naturalmente subimos a lo alto a través de una estrecha y empinada escalera por el gusto de ver el paisaje que desde arriba es imponente,
tanto de la ciudad como del paisaje que la rodea, con la Peña Montañesa destacada al Este, lo que compensó de sobra la angustia de la subida y la no menos angustiosa bajada.
Después de un agradable paseo por las calles principales y tras oír misa en Santa María, tomamos el coche para acercarnos a la Cruz Cubierta situada a escasa distancia de la villa, en dirección noroeste,


Allí se levanta el curioso templete, erigido en el siglo XVll en conmemoración de la aparición de la insignia cristiana a los sobrarbeses y luego varias veces restaurado.

Según reza al mismo pie del monumento y según la leyenda, en el año 724 sucedió un hecho extraordinario que fue cantado por trovadores y convertido en leyenda medieval:

En los albores de l reconquista, Garci-Ximeno, un pequeño rey procedente de Jaca, reclutó cristianos montañeses con la intención de tomar la villa de Ainsa y expulsar a los musulmanes.

Sobre estos campos que veis hubo gran estruendo y derramamiento de sangre y cuando los cristianos en inferioridad manifiesta perdían la poca moral que les quedaba, de repente apareció una cruz de fuego sobre una carrasca (encina) la cual enardeció a los que aún resistían y amedrentó a los musulmanes que finalmente tuvieron que rendirse y entregar la plaza.


Impresionados por tan bella historia nos recogimos en nuestra casita de Puyarruego, para tomar fuerzas para el siguiente día.