jueves, 21 de febrero de 2008

EL LAGO DE SANABRIA

PARQUE NATURAL DEL LAGO DE SANABRIA


Al noroeste de la provincia de Zamora, la comarca ya casi galaica de Sanabria tiene su principal atractivo en el lago de origen glacial que, junto con el sistema lagunar que se dispersa por la contigua zona montañosa, donde el Tera esculpe un profundo cañón, y parte del valle del río Truchas, configuran un parque natural de 22.000 ha de extensión y gran importancia ecológica.
A la vista de las estribaciones de las sierras Segundera y Cabrera, cuyas alturas llegan a superar los 2.000 m, y con el gran lago como punto de mayor interés, se suceden frondosos bosques de robles y castaños, turberas, diversas formaciones de matorral y, al lado de los abundantes cursos de agua, una variada vegetación ribereña de alisos, fresnos, sauces, serbales, etc.

En cuanto a la fauna, no hay que descartar la presencia del lobo, que en época estival como si de un veraneante más se tratase, se desplaza hacia la zona desde sus dominios invernales de la sierra de la Culebra, cercana al parque por el sur.

Corzos, armiños, martas, nutrias y también jabalíes, zorros y ciervos comparten un espacio por el que sobrevuela gran diversidad de aves, en tanto que los ríos son, en general, trucheros.


En pleno parque se enclava, además, un destacado monumento románico, el antiguo monasterio de San Martín de Castañeda, y muchos de los pueblos y aldeas que se desperdigan por sus alrededores aún mantienen buena parte de su sabor tradicional.


A esos atractivos hay que añadir las excelentes posibilidades para la práctica de actividades deportivas, desde el senderismo y el cicloturismo hasta los deportes náuticos o los paseos a caballo.


El parque posee una red suficiente de comunicaciones internas que permite acceder a rincones de gran belleza, aunque si el viajero quiere empaparse de la pródiga naturaleza de Sanabria, deberá echar pie a tierra y recorrer algunas de las nada dificultosas sendas que hacen posible un mejor conocimiento del lugar.


Así podrá, además, saborear con mejor apetito la cocina tradicional de la zona: caldo sanabrés, habones, excelente ternera, truchas, bacalao y pulpo.

El verano es una buena época para realizar la visita, pero si se quiere evitar cierta incómoda sensación de multitudes y recuperar lo que Unamuno definió como «espejo de soledades», el final de la primavera o un otoño benigno pueden ser momentos más idóneos.



Desde Puebla de Sanabria al Parque Natural

Puebla de Sanabria obligado punto de referencia de la ruta, es una villa armoniosamente integrada en su entorno.

Eso es verdad sobre todo en el histórico barrio alto. Allí, sobre los tejados en fuerte pendiente y, por lo común, con negras cubiertas pizarrosas, sobresalen el perfil recio y cuadrado del castillo que bien mirado tiene también aspecto palaciego y la casi estilizada torre de la iglesia de Nuestra Señora del Azogue, los dos monumentos más destacados de la población, junto con el isabelino edificio consistorial.
Desde la altura, el sugerente panorama que a la vista se ofrece da cuenta de lo privilegiado del enclave.


Hay que buscar, hacia el norte, la apacible, aunque en ocasiones (especialmente. durante los fines de semana veraniegos) muy concurrida carretera que conduce al lago.

La capital de la comarca de Sanabria, en la que resulta patente la influencia gallega, es un núcleo de gran carácter y de creciente desarrollo turístico, potenciado por su proximidad al Parque Natural del Lago de Sanabria.
La villa, declarada conjunto histórico-artístico, ya aparece citada en las actas de Concilio de Lugo, en el año 569, asociada a la diócesis de Orense.
En el siglo Xlll Alfonso IX de León le concedió fueros y, por su estratégica ubicación respecto a Portugal, don Rodrigo Alonso Pimentel, conde de Benavente, construyó en el siglo xv el castillo que aún preside el casco urbano.
Actualmente, conserva todo el encanto propio de una villa de montaña, con el aliciente de su incomparable entorno natural.

Desde su asentamiento al pie del Tera, el peculiar conjunto urbano. buenas casas de salientes aleros, galerías de madera o balcones, muros que paulatinamente van recuperando el esplendor antiguo de la piedra y techos de pizarra trepa por la escalonada pendiente en medio de un entorno idílico. En la parte alta se agrupan los principales monumentos. Allí se alza el castillo, construido a mediados del siglo xv por el cuarto conde de Benavente, cuyos blasones aparecen en la puerta principal. Posee una sólida estructura defensiva, aunque en el flanco oriental se abren ventanas y un gran balcón que, junto con las estancias interiores, le confieren cierto carácter palaciego. El recinto es cuadrado, protegido por cubos cilindricos, y en su centro sobresale la torre del homenaje, conocida como «El Macho». Es una de las fortalezas mejor conservadas de la provincia y, tras su parcial restauración, pasó a ser biblioteca pública y centro de actividades culturales.


A su lado, tras la anexa ermita barroca de San Cayetano, se encuentra la iglesia de Nuestra Señora del Azogue, templo muy reformado a lo largo del tiempo y con torre-campanario de tres cuerpos. De su construcción original románica (finales del siglo xil) sólo mantiene los muros meridional y occidental, junto con las portadas que en ellos se abren, ambas con labradas arquivoltas y la occidental con columnas que llevan adosadas figuras humanas, toscas pero no carentes de encanto.


La cabecera y el crucero son ya góticos (siglo XVI) y van cubiertos con bóvedas estrelladas, en tanto que el retablo es una obra del siglo XVII.
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En uno de los flancos de la Plaza Mayor está la Casa Consistorial, edificio del siglo xv, elegante y sobrio, provisto de doble galería entre torreones laterales. En la misma plaza y a lo largo de la calle principal, que en pronunciada pendiente conduce a la parte baja, pueden verse varias casonas solariegas
A unos 5 km, tras sobrepasar un centro de información turística, El Puente de Sanabria es, además de encrucijada de caminos hacia los cuatro puntos cardinales, un pequeño núcleo de cierta pujanza cuya animación se acentúa sobremanera durante el mercado comarcal de los lunes.
Los orígenes del lugar se relacionan con la sencilla ermita en la que desde antiguo se venera a la Virgen, y su nombre resulta evidente a la vista del puente de origen medieval que salva el Tera.

Muy próximo, tras las nuevas construcciones que han surgido en los márgenes de la carretera, está Rabanillo.

Más adelante, Cúbelo dispone su escueto caserío tradicional en arbolada pendiente tras la pequeña ermita que asoma al camino.


Calende, el siguiente pueblo, ostenta la cabecera del municipio, uno de los cuatro con territorios dentro del parque, y también buena parte de las preferencias de quienes buscan solaz y descanso en esta zona, como demuestra la abundancia de nuevos edificios y establecimientos hoteleros.


Sin embargo, en el núcleo antiguo, enclavado entre verdes prados y frescos huertos, aún conserva buenos ejemplos de arquitectura tradicional: piedra y mampostería en los muros, pizarra en los tejados, corredores de madera y grandes chimeneas.

Carretera adelante, y tras dejar a la derecha un breve desvío que conduce a Pedrazales, con sus casas dispersas entre peñascos de caprichosas formas, se llega a una bifurcación, ya muy cerca del lago, de cambiante colorido, según la perspectiva, la estación y la hora, pero siempre provistos de hipnótica atracción.


El lago y el monasterio

La carretera prosigue hasta alcanzar el borde de las aguas y las playas que se abren en diversos puntos. Pero antes es aconsejable seguir por el desvío que asciende a la derecha en dirección a Vigo de Sanabria, encantador pueblecito alargado en un valle al pie del cañón que horada el río Forcadura, sobre el cual, a la entrada, se alza un viejo puente.

Los dos núcleos que componen el pueblo (Barrio Bajo y Barrio Alto) comparten la sencilla arquitectura popular de sus casas de piedra, con las habituales cubiertas de pizarra y aireados corredores. La iglesia parroquial es un templo originario del siglo XV, presidido por un retablo barroco. Más escondida está la ermita de la Virgen de las Gracias.

Continuando el ascenso, el lago impone poco a poco su presencia hasta hacerse visible en toda su extensión desde el inmejorable emplazamiento de San Martín de Castañeda, pueblecito surgido al amparo del monasterio del mismo nombre.
Aunque la vista de este singular ejemplo de la morfogénesis glaciar en España, con el verdor de la vegetación que crece en sus orillas y el cerco sinuoso de las cadenas montañosas que lo abrigan, se presta más que nada a la ensoñación y al ensimismamiento, el viajero debe saber que se encuentra ante el lago natural más extenso de la Península (318 ha), con profundidades que en algunos puntos superan los 50 m.
Los geólogos remontan su formación a la época final de la llamada glaciación de Würm, hace unos 10.000 años. La poderosa acción de los hielos cuaternarios fue excavando grandes receptáculos cerrados por el acumulo de una gran barrera morrénica frontal que, al producirse el lento des-hielo, retuvo las aguas.

Naturalmente, frente a la un tanto hermética explicación científica, el halo legendario que siempre rodea a todo fenómeno natural impresionante aduce «razones» bien distintas.

Aquí la leyenda afirma que el lago surgió a causa de un castigo divino enviado contra el pueblo de Villaverde de Lucerna, asentado en lo que hoy es dominio de las aguas, por negarse sus gentes a prestar ayuda a un mendigo que resultó ser el propio Jesucristo. Quienes mejor conocen la tradición -y también los recursos de la literatura popular-, además de añadir otros detalles, rematan el relato diciendo que en la madrugada de San Juan todavía se oye un repicar de campanas procedente de las profundidades.

Al pie mismo de la carretera y ya casi a la entrada del pueblo de San Martín de Castañeda, se alza un sencillo monumento con versos de Miguel de Unamuno que evocan el paisaje y la leyenda: «San Martín de Castañeda, /espejo de soledades...».

El escritor vasco, cautivado por la magia del lugar, ambientó en una aldea inspirada en la de San Martín, pero con el nombre de Valverde de Lucerna, la acción de su novela San Manuel Bueno, mártir (1931), una exploración de la conciencia trágica de un cura incrédulo en todo más allá que, sin embargo, vive entregado a sus feligreses, alienta su fe y es tenido por santo. Muchos siglos antes que Unamuno, probablemente hacia el final de la época visigoda que contempló el desarrollo del primer eremitismo en el cercano Bierzo, unos oscuros ascetas también se habían sentido atraídos por esta atmósfera sublime e instalaron en el lugar sus oratorios.

De ese remoto e hipotético aunque probable precedente eremítico de lo que acabaría siendo el monasterio de San Martín de Castañeda poco se sabe a ciencia cierta. Sí hay pruebas, en cambio, de la existencia de una comunidad religiosa ya a principios del siglo x, a la que pocos años después se incorporaron monjes mozárabes procedentes de Al Andalus que reconstruyeron el edificio y lo pusieron bajo la regla benedictina.

Posteriormente, en tiempos de Alfonso VII (siglo Xll), sufrió una nueva reforma, de la que data la iglesia actual, y quedó vinculado a la orden del Císter, que lo habitó hasta la exclaustración del siglo XIX.

De los antiguos edificios han sobrevivido algunas dependencias monásticas y, sobre todo, la iglesia, convertida en la parroquial del pueblo.

Es un magnífico templo románico, de tres naves y crucero en planta de cruz latina, con una hermosa cabecera formada por tres ábsides de desigual altura, y con añadidos del siglo XVI (sacristía) y reformas del XVIII (fachada principal).

En el interior, donde se impone la reciedumbre de los pilares que soportan bóvedas de cañón apuntado, puede verse un discreto retablo renacentista y sepulcros góticos tallados en nogal (siglo XIV).

Junto a la iglesia, en las antiguas dependencias monacales, completamente restauradas, se encuentra instalado el Centro de Interpretación del Parque, donde puede verse una interesante exposición sobre los ecosistemas que en él existen

El asfalto aún prosigue, con impresionantes vistas, a lo largo de unos 9 km, hasta una plataforma a 1.700 m de altura, desde la que se divisa la laguna de los Peces.


Se trata de una de las aproximadamente 20 concavidades lacustres diseminadas por el parque y también tiene origen glaciar. Sus frías y limpias aguas acogen una rica comunidad botánica y faunística.

Para completar el recorrido en torno al lago, hay que deshacer camino hasta el cruce y seguir la carretera que lo bordea por el sudeste.
El camino aparece enseguida flanqueado por áreas acondicionadas como playas y por la práctica de deportes náuticos. Se llega así, tras pasar cerca de las instalaciones del antiguo balneario de Bouzas, a Ribadelago Nuevo, pueblo de moderna planta construido a partir de 1959, tras la rotura de la presa de Vega de Tera, situada aguas arriba, que una aciaga noche de ese año asoló el antiguo enclave causando numerosos muertos.


Una espantosa coincidencia hizo que la ingenua leyenda antes mencionada tomara tintes de terrible presagio. Un monumento en memoria de las víctimas y la interesante iglesia parroquial, de aire vanguardista y con un gracioso campanario, son los aspectos más destacados de este núcleo, en la actualidad completamente volcado hacia el turismo.


Más arriba, Ribadelago Viejo aún mantiene, entre las altas casas que se libraron de la catástrofe y junto a nuevas construcciones, las huellas de la tragedia y el piadoso recuerdo de los ahogados. Al norte quedan las instalaciones de la central hidroeléctrica de Moncabril.



Pistas para caminantes

Para conocer con más detenimiento las bellezas del parque, nada mejor que echarse a caminar por sus rincones. En el mencionado centro de información suelen proporcionar al viajero interesado datos sobre los diversos itinerarios a pie, de mayor o menor grado de dificultad, que pueden hacerse.

El ascenso desde la laguna de los Peces a Peña Trevinca (2.124 m), en la divisoria con tierras gallegas y leonesas, o el largo recorrido del cañón del Tera, que pasa junto a diversas lagunas y la presa rota, figuran entre las posibilidades más interesantes, aunque exigen tiempo y cierta preparación. Mucho más sencillo es el itinerario en torno al lago que, en aproximadamente cuatro horas, permite circundarlo a través de una senda bien delimitada y muy agradable. Otras posibilidades también sencillas, en realidad poco más que largos paseos, recomendadas por la Agrupación Montañera Zamora, son las siguientes:


1. Senda de los monjes: Camping El Folgoso (Vigo)-San Martín de Castañeda.

Breve itinerario, de unos 2 km de suave ascenso por la ladera que delimita el norte del lago.


Desde la puerta del camping que da a la playa, se sigue el empedrado hasta enlazar con una senda bien visible que arranca a la derecha y, entre agradable vegetación, conduce hasta el monumento a Miguel de Unamuno, a unos 800 m del monasterio. El camino de retorno, por el mismo itinerario, añade el interés de que se avanza siempre con el lago a la vista.


2.San Martín de Castañeda-Vigo de Sanabria.
Senda montana a través de un viejo y ancho camino carretero que discurre bajo una frondosa vegetación, a lo largo de unos 3 km. Arranca tras las últimas casas de San Martín, a la izquierda de la carretera, junto a una curva. Su seguimiento no ofrece dificultad.

3.Vigo de Sanabria-Trefacio.
Itinerario de características similares al anterior, aunque con mayores dificultades y algo más largo (unos 4 km).


Une a través del monte estos dos núcleos sanabreses. La senda parte del puente de Vigo sobre el Forcadura y tiene un trazado inicial ancho y preciso. Poco después, tras dejar a la derecha otro camino menos marcado que conduce a Pedrazales, se avanza por un tramo empedrado a través de un tupido robledal. En algunos puntos la densidad de la vegetación puede dificultar el camino por la senda, pero no es difícil encontrar vías alternativas para, más adelante, recuperarla y seguirla hasta su final, junto al depósito de agua de Trefacio






































jueves, 7 de febrero de 2008

EL CERRO DE SAN ANTON



EL PEÑÓN DE BUENAVISTA

Hoy quiero daros información del Cerro de San Antón, concretamente datos históricos relacionados con él, aprovechando que obran en mi poder dos publicaciones que hablan del mismo.

Se trata de una, llamada: “Por los caminos del monte de San Antón” de mis amigos Fernández Sanmartín, Valero y otros, editada por Airon y otra, titulada “El Valle de las Viñas de Miraflores del Palo”, publicada por la Diputación de Málaga, hace ya algunos años y cuyos autores son Joaquin Ruano y José A. Barberá.
Gracias a todos ellos por escribir de nuestro querido Monte o Cerro de San Antón que es como siempre le hemos llamado.


HISTORIA
La referencia histórica más antigua que poseemos del Cerro de San Antón está fechada en el IV milenio (hace entre 6.000 y 5.000 años).
En las cuevas, más bien grietas entre las calizas, de la cumbre Oeste, se encontraron varios vasos de ofrendas junto a utensilios de piedra al lado de restos humanos. De donde se deduce el uso funerario de esta cueva o grieta.

Los restos de muretes de piedra (posibles viviendas rectangulares, cuadradas y algunas circulares), restos de cerámica y acumulación de cantos de la cima Oeste, evidencian la existencia de un poblado medieval. Probablemente el pozo o mina de agua situado en el collado entre las dos cumbres sea de la misma época.


Ya en el siglo XV es preciso citar la batalla del Jaboneros que nos relata Guillen Robles.

Al parecer, Pedro Enríquez que era el Adelantado de Andalucía, Juan de Silva, Conde de Cifuentes, y el Alcaide de Antequera, Alonso de Aguilar, decidieron dirigir una cabalgada al interior del territorio malagueño.
Se invitó también al Maestre de Santiago, Alonso de Cárdenas, a Juan de Robles, Alcaide y Corregidor de Jerez, al Marqués de Cádiz, y a otros muchos caballeros, juntándose todos con sus huestes en Antequera (que entonces, 1483, era cristiana).
En total unos tres mil caballeros y unos mil infantes, lo que es una fuerza considerable para la época.

 

El Marqués de Cádiz propuso que se dirigieran hacia la zona de Almogía, por donde el paso de las huestes sería fácil y la caballería podría evolucionar desahogadamente, y además la riqueza agraria y pecuaria de la zona ofrecía un rico botín.

Pero el Maestre de Santiago propuso la zona de la Axarquía que creía de fácil tránsito y en la que había riquísimas manufacturas de sedería.
El Marqués de Cádiz adujo que la tierra de la Axarquía era áspera y montuosa y que la caballería no podría luchar en aquellos escarpados lugares, faltando además la infantería que defendiera a los jinetes. Pero la codicia de los caballeros que pensaban encontrar grandes tesoros en aquellos ignotos parajes pudo más.
En la mañana del jueves 20 de marzo de 1483, los expedicionarios partieron de Antequera y nada más entrar en la Axarquía encontraron cerros y colinas escarpados, grandes pendientes, sendas que se abrían sobre profundas hondonadas, tajos, barrancos y cañadas llenas de zarzales y otros arbustos espinosos. bosques de encinas y de monte bajo muy espeso que dificultaba la marcha cansando a los infantes y desesperando a los jinetes.
Al fin la vanguardia llegó a una aldea, Moclinejo, cuyos habitantes desaparecieron entre breñas y jarales, llamando a gritos a sus vecinos y haciendo cundir la alarma. La aldea ardió por los cuatro costados, despechados los cristianos por no haber encontrado botín apreciable.

 

Pronto los moradores de la zona, al ser incendiadas sus casas, perseguidas sus familias y amenazadas de ruina sus posesiones, por tener al enemigo en casa, se dirigieron a los cerros haciendo fuegos de aviso.
En poco tiempo, por las trochas, entre los jarales del monte, saltando de peña en peña y penetrando por las cañadas, tomaron los pasos por donde tenían que desembocar los cristianos. Caía la tarde y la hueste cristiana caminaba trabajosamente luchando con los obstáculos y escabrosidades del terreno, cuando un confuso griterío enardeció los ecos de cerros y colinas.
Empezaron a caer grandes peñascos, troncos de árboles y una nube de saetas dirigidas contra los expedicionarios. Se produjo una gran confusión, caballos heridos por los dardos y espantados por el rodar de las peñas y el griterío de los moros, descabalgaban a los jinetes. La noche vino a aumentar la angustiosa congoja de soldados y caballeros.

 

El Marqués de Cádiz con cincuenta caballeros quedó aislado y se puso en fuga atravesando veredas escarpadas, bajando y subiendo cerros. Cansados, tristes, angustiados por la suerte de sus infelices compañeros de armas consiguieron llegar hasta Antequera.


 
En la tarde de ese mismo día los centinelas y vigías de Málaga dieron en la ciudad la voz de alarma pues unos cuantos jóvenes cristianos habían dejado atrás su hueste y desde la Axarquía, con temerario valor, se presentaron en la capital dando una vuelta alrededor de sus muros.
El anciano sultán de Málaga, Muley Hacen, se reunió con sus cortesanos para organizar la ayuda. Salieron parte de las guarniciones de la Alcazaba y Gibralfaro man-dadas por Reduan Venegas hacia la zona de la cuesta de La Reina y las restantes fuerzas, al mando de El Zagal, fueron por la orilla del Jaboneros
Angustiosa fue la noche para los cristianos. Los que se habían desbandado para saquear e incendiar consiguieron unirse de nuevo a la hueste. Los capitanes comprendieron que no había medio humano de continuar la empresa y decidieron abandonarla, volviendo a través de las fragosidades por las que habían venido.

 

Así, el viernes día de San Benito, al quebrar los primeros albores, las mesnadas se pusieron en marcha por las lomas del Arroyo Jaboneros. Entonces vieron llegar tropas moras bien armadas y organizadas.

Una nube de flechas y venablos aclaraba las filas cristianas y los peñascos arrastraban a los precipicios a caballos y jinetes. El espanto quebrantó las reglas del honor y la disciplina, jefes y soldados se desbandaron, unos huyendo, otros ocultándose entre el matorral o en las hendiduras de las rocas, precipitándose varios por los barrancos, todos en confusión, ciegos y desesperados.
El Maestre de Santiago, rodeado de algunos caballeros, tomó una cuesta arriba desesperadamente. En ella murieron Diego Becerro, Alférez de la Orden de Santiago, Juan de Osorio, Juan de Bazán y otros muchos caballeros. Al fin, galopando entre muertos y heridos el Maestre pudo ponerse a salvo.

 
Algunos otros caballeros que se salvaron tomaron la vía de Alora. Los que se dirigieron hacia el mar cayeron junto a Cútar en manos del Zagal.

 
En las lomas la carnicería fue espantosa, los moros bajaban desde las alturas asaeteando a los fugitivos, alanceando a los rezagados, tomando como cautivos a los que creían principales y buscando a los que se habían escondido. Don Diego, Don Lope y Don Beltrán Ponce de León, hermanos del Marqués de Cádiz murieron. Gómez Méndez de Sotomayor, Alcaide de Utrera, Alfonso de las Casas y otros muchos caballeros de la baja Andalucía quedaron muertos en las lomas de Málaga, una de las cuales se llamó desde entonces “de la matanza”.
Actualmente llamamos Cerro de la Matanza, al pico que tenemos al Norte del San Antón, en la margen derecha del Jaboneros, con un perfil claramente cónico.
El Conde de Cifuentes fue capturado por Reduan Venegas y llevado como prisionero a Málaga. De los mesnaderos y de la gente que había seguido a los cristianos más con ánimo de robar que de combatir, la mayoría fueron degollados.
La batalla de la Axarquía, o de las Lomas de Málaga, o del Jaboneros, costó a los cristianos ochocientos muertos, mil quinientos prisioneros, entre ellos cuatrocientas personas de cuenta y la pérdida de la caballería, armas y pertrechos de guerra.

 
Málaga se vistió de fiesta. Niños, ancianos, nobles, plebeyos, moros y judíos, corrieron a las murallas. Por todas partes se veían rostros alegres que se congratulaban de la buena nueva y por todas partes se oía aclamar a los vencedores. El estandarte de la Orden de Santiago y el del Marqués de Cádiz, pasaban por las calles.

 
El terrible Conde de Cifuentes y sus caballeros, severos, altivos, sombríos, manchadas de sangre las vestiduras, subían a la Alcazaba cautivos, sin haber podido saquear la Axarquía.
Hasta aquí el resumen de la batalla. Hemos tratado de conservar en lo posible la terminología y el estilo de Guillen Robles.


 
Cuatro años después, en 1487, se produjo la conquista de Málaga por los Reyes Católicos. En 1496, cuando se estaba realizando el repartimiento de tierras, el Repartidor de Málaga, Bachiller Juan Alonso Serrano, recibió la petición de unos frailes para fundar una ermita (“desierto” era la palabra utilizada) donde retirarse como ermitaños, en el Cerro de Bueñavista.
El citado Bachiller hizo donación del sitio en nombre de los Reyes Católicos, concediéndoles cien fanegas (unas sesenta hectáreas) de tierra útil en las cercanías para que las cultivasen. A los ermitaños Fray Antonio y Fray Marcos se les pone como condición la de no poder vender ni enajenar dichas tierras. En los Libros de Repartimientos consta que había un casa y una huerta que habían pertenecido a un musulmán expulsado o cautivo. Los frailes dieron a la ermita el nombre de San Antón, en honor de San Antonio Abad (250-356) padre de todos los ermitaños, y por esta razón con el tiempo el nombre de Cerro o Peña de Buenavista pasase a ser de San Antón.

 
La ermita se llamaba de Santa María de Buenavista, imagen que hoy preside el altar mayor. La ermita sufre toda una serie de avalares a lo largo de los siglos, siendo ocupada por clérigos y frailes de diferentes órdenes.
En 1743 se realizó el deslinde de la propiedad por el canónigo de la Catedral de Málaga Don Leonardo Urtusastegui y el amojonamiento realizado se ha conservado hasta que la finca se ha vendido por parcelas.
El canónigo citado ordenó la realización de la mina que abasteciera de agua a la ermita y a la huerta. Puede verse el pequeño edificio, conocido como mina del Obispo, en la calle Palmeras, detrás de la ermita.

 

Fernando VI en 1753 cedió toda la heredad en beneficio del Hospital de San Lázaro y el Prepósito de San Felipe Neri solicitó la donación, obligándose a pagar 72 ducados anuales al citado Hospital de leprosos. Se hicieron doce cuevas con sus huertecillos para otros tantos ermitaños y el Racionero de la Catedral, Antonio Aznar, construyó junto a la ermita una vivienda en la pudiese retirarse a descansar.


Los bienes de San Felipe Neri, desamortizados en 1836, pasan a manos privadas (algunos posteriormente donados al Instituto de calle Gaona) y esa es la situación actual. La ermita está bien conservada. La escultura de San Antón sentado, se encuentra desde 1962 en el Museo de Bellas Artes de Málaga. Se atribuye a Fernando Ortiz (siglo XVIII).

Hasta los años sesenta los paleños subían en romería el 17 de Enero, fiesta de San Antón.

Llevaban una tarima donde se bailaban verdiales, la gente se dispersaba por la pradera entre los árboles y comía de fiambre. Actualmente la romería se hace a la parte Oeste del monte, a la zona del Lagarillo Blanco.

Hay que mencionar también las excursiones que en 1837 hizo Edmond Boissier, botánico suizo que describió el pinsapo, probablemente dirigido al San Antón por Pablo Prolongo y Félix Haenseloer. Decía Boissier: Otra excursión, aún más interesante, y que hice en varías ocasiones, es la del cerro, o pico de San Antón...







sábado, 2 de febrero de 2008

EL BOSQUE DE MUNIELLOS

TRAS LAS HUELLAS DEL OSO IBÉRICO
Hoy quiero llevaros a un paraje especial donde estuve el año pasado y que representa el bosque asturiano mejor conservado. Es complicada su visita porque el número de personas está limitado a 20 diarias y se necesita permiso para acceder, pero con todo merece la pena la molestia porque al que le guste la naturaleza disfrutará paseando entre robles, hayas, avellanos…

Puede dosificar el paseo sin problema y llevarse la comida para tomarla junto al río, bajo los árboles o al sol, según las épocas.

En fin, animaros que ya veréis que no defrauda.

Como de costumbre os doy las claves para llegar y tramitar los permisos.




SITUACION GEOGRÁFICA. MORFOLOGÍA

La Reserva Natural Integral de Muniellos se localiza en el extremo suroccidental de Asturias, sobre los cordales que separan los concejos de Ibias y Cangas del Narcea. La actual Reserva incluye tres montes el de Valdebois, el de Muniellos y el de La Viliella, todos ellos declarados de Utilidad Pública. El primero se sitúa íntegramente en el Concejo de Ibias y los otros dos en el de Cangas del Narcea.

El acceso principal al área se realiza desde la Carretera Comarcal AS-211, que enlaza con la Carretera Regional AS-15 a la altura de Ventanueva y se dirige por el Puerto del Connio a San Antolín de Ibias. (Hay un indicativo a Muniellos)

A 3 km escasos de Ventanueva se sitúa la localidad de Moal, de donde parte un camino carretero, a la izquierda, que en poco más de cuatro kilómetros lleva a Tablizas, punto de entrada al Centro de Recepción del Bosque de Muniellos.

Si venimos de Cangas del Narcea se toma la carretera AS 15 hasta Ventanueva


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Como ya he dicho, el acceso a la Reserva es restringido y se limita a un número máximo de veinte visitantes diarios. La solicitud de visita debe hacerse ante la Consejería de Medio Ambiente, del gobierno del Principado

La dirección electrónica a donde puede hacerse toda la gestión de reserva “on line” es:


El camino a seguir dependerá de la situación ambiental de la reserva (estación del año, presencia de especies protegidas), de las condiciones atmosféricas del día y de las características del grupo.
En principio se realizará el itinerario de subida de Tablizas (600 m) por Fonculebrera a las lagunas (1600 m) en 3-4 horas; y bajada por sendero junto al arroyo La Candanosa. En cualquier caso se puede pasear por el Bosque, junto al río y después volver por el mismo lugar y es muy agradable y reconfortante y muy asequible para cualquier persona que le guste la naturaleza y quiera ver algo especial.



La velocidad de marcha debe ser moderada, compatible con la observación de los aspectos más relevantes de la Reserva.
Muniellos constituye un dominio geográfico aislado de su entorno por líneas de cumbres en torno a los 1.500 m.


El anfiteatro de Muniellos se organiza en tres valles principales el de La Candanosa o de las Lagunas, el de Las Gallegas o de Refuexo y el de La Zreizal o de Teixeirúa.
Los tres valles confluyen en el río Muniellos que, tras superar el angosto desfiladero de Tablizas, afluye al río Narcea.



A esos tres valles principales confluyen a la vez una multitud de regueros y arroyos (vallinas), tantos como días tiene el año, de acuerdo con un dicho popular.


El Monte de Valdebois se sitúa al noroeste del anterior e incluye la cabecera del río Aviouga, cauce que afluye al río Ibias muy cerca de la confluencia de éste con el Navia, que se produce ya en la provincia de Lugo.


Dicha cabecera no presenta una disposición tan cerrada como la del río Muniellos, abriéndose ampliamente al noroeste. Enclavada en el monte, se sitúa la pequeña aldea ibiense de Valdebois, con apenas doce habitantes.



Por último, el área de La Viliella se sitúa al sudeste de Muniellos e incluye las cabeceras de algunos de los arroyos que alimentan el río Ibias por su margen derecha.
Fuera de la Reserva pero casi sobre su límite se localiza la aldea de La Viliella (Cangas del Narcea), con una población residente de algo más de veinte personas.


LA FLORA
El Bosque de Muniellos es uno de los mejores y últimos representantes del bosque planocaducifolio, que antiguamente ocupaba amplias zonas de España.




El árbol dominante es el roble albar (Quercus petraea), aunque también abundan el roble rosado (especie autóctona en fase de investigación) y el rebollo (Quecus pyrenaica).



A partir de los 1.300 m el robledal es sustituido por abedulares (Betula pendula).



En los fondos de valle abundan avellanos, arces y fresnos. Mezcladas con los robles, en laderas y valles, existen pequeñas manchas de hayas que sólo en ocasiones forman rodales puros. Acebos, serbales, alisos, y tejos, completan las especies arbóreas de esta reserva.



En el sotobosque abundan arándanos, lúzulas, zarzas y gran número de helechos. Muniellos es rico en musgos, hepáticas y, especialmente, en líquenes, de los que probablemente existen más de 1.000 especies.

Además de los bosques descritos, Muniellos alberga singulares comunidades de turberas y áreas lacustres.

En la Reserva existen seis lagunas de origen glaciar: la de la Aveizuna, la de Penavelosa, y las cuatro que componen el grupo conocido como Las Lagunas: la Grande, la de La Isla, la Honda y la de La Peña. A ellas aparecen asociadas algunas comunidades vegetales acuáticas o anfibias y frecuentemente valiosas turberas de esfagnos o turberas planas.
Entre la flora protegida de Muniellos tienen especial relevancia el acebo (Ilex aquifolium) y el tejo (Taxus baccata), presentes en la mayor parte de los bosques de la región pero especialmente abundantes en algunos puntos de Muniellos, entre ellos las márgenes de la carretera del Puerto del Connio.


LA FAUNA

El alto grado de conservación de los montes de Muniellos lo convierten en un reducto de especial valor para la fauna, por estar presentes la mayor parte de las especies que pueblan la montaña cantábrica. La fauna vertebrada de Muniellos se compone actualmente de ciento sesenta especies entre las que destacan algunas que se han hecho extremadamente raras o se han extinguido en el resto del territorio.
Así ocurre con el oso pardo (Ursus arctos), el lobo (Canis lupus), el urogallo (Tetrao urogallus), el pico mediano (Dendrocopus medius) o el pico menor (Dendrocopus minor).




El pequeño tamaño de la Reserva de Muniellos hace que no se pueda considerar la presencia de una población de oso vinculada a ese territorio, pues el área de campeo de la especie excede los límites de la Reserva. Sin embargo, si se constata una presencia estable favorecida por las excepcionales condiciones de Muniellos como lugar de alimentación y refugio.
De lobo se constata la presencia habitual de dos o tres grupos familiares que predan mayoritariamente corzo y jabalí. La especie prefiere las áreas abiertas de matorral por encima del límite del bosque y especialmente, el monte más desarbolado de Valdebois.

El urogallo mantiene una población estable que utiliza cantaderos en los claros del robledal.



De entre los pícidos destacan por su rareza y bajo estado poblacional general los picos mediano y menor. El primero de ellos parecía mantener una importante población hace algunas decenas de años. Sin embargo, las últimas prospecciones no han arrojado resultados positivos.




De la gran fauna cinegética debe destacarse la presencia de jabalí (Sus scrofa), corzo (Capreolus capreolus) y rebeco (Rupicapra pyrenaica parva).




Los más abundantes son los que prefieren el medio forestal: jabalí y corzo. El rebeco ha sufrido una disminución notable en el occidente de la Cordillera Cantábrica en la primera mitad del siglo XX y en Muniellos actualmente se limita a una exigua población que probablemente no supere la media centena de ejemplares.



De las rapaces la más abundante es, sin duda, el ratonero común (Buteo buteo), pero no son raras otras de mayor interés por su estado poblacional más precario, caso del azor (Accipiter gentilis), el halcón abejero (Pernis apivorus), el gavilán (Accipiter nisus), el cernícalo (Falco tinnunculus), el aguilucho pálido (Circus cyaneus), etc.




El halcón peregrino (Falco peregrinus) y el águila real (Aquila chrysaetos) no llegan a nidificar en el ámbito de la Reserva y su presencia es sólo ocasional. Se tiene constancia de un intento baldío de nidificación de águila real en La Candanosa en el año 1992. Igual ocurre con las aves carroñeras: buitre leonado (Gyps fulvus) y alimoche (Neophron pernocterus), que sólo ocasionalmente sobrevuelan el área, extremadamente boscosa para sus necesidades de alimentación





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