PARQUE NATURAL DEL LAGO DE SANABRIA
Al noroeste de la provincia de Zamora, la comarca ya casi galaica de Sanabria tiene su principal atractivo en el lago de origen glacial que, junto con el sistema lagunar que se dispersa por la contigua zona montañosa, donde el Tera esculpe un profundo cañón, y parte del valle del río Truchas, configuran un parque natural de 22.000 ha de extensión y gran importancia ecológica.
Al noroeste de la provincia de Zamora, la comarca ya casi galaica de Sanabria tiene su principal atractivo en el lago de origen glacial que, junto con el sistema lagunar que se dispersa por la contigua zona montañosa, donde el Tera esculpe un profundo cañón, y parte del valle del río Truchas, configuran un parque natural de 22.000 ha de extensión y gran importancia ecológica.
A la vista de las estribaciones de las sierras Segundera y Cabrera, cuyas alturas llegan a superar los 2.000 m, y con el gran lago como punto de mayor interés, se suceden frondosos bosques de robles y castaños, turberas, diversas formaciones de matorral y, al lado de los abundantes cursos de agua, una variada vegetación ribereña de alisos, fresnos, sauces, serbales, etc.
En cuanto a la fauna, no hay que descartar la presencia del lobo, que en época estival como si de un veraneante más se tratase, se desplaza hacia la zona desde sus dominios invernales de la sierra de la Culebra, cercana al parque por el sur.
Corzos, armiños, martas, nutrias y también jabalíes, zorros y ciervos comparten un espacio por el que sobrevuela gran diversidad de aves, en tanto que los ríos son, en general, trucheros.
En pleno parque se enclava, además, un destacado monumento románico, el antiguo monasterio de San Martín de Castañeda, y muchos de los pueblos y aldeas que se desperdigan por sus alrededores aún mantienen buena parte de su sabor tradicional.
A esos atractivos hay que añadir las excelentes posibilidades para la práctica de actividades deportivas, desde el senderismo y el cicloturismo hasta los deportes náuticos o los paseos a caballo.
El parque posee una red suficiente de comunicaciones internas que permite acceder a rincones de gran belleza, aunque si el viajero quiere empaparse de la pródiga naturaleza de Sanabria, deberá echar pie a tierra y recorrer algunas de las nada dificultosas sendas que hacen posible un mejor conocimiento del lugar.
Así podrá, además, saborear con mejor apetito la cocina tradicional de la zona: caldo sanabrés, habones, excelente ternera, truchas, bacalao y pulpo.
El verano es una buena época para realizar la visita, pero si se quiere evitar cierta incómoda sensación de multitudes y recuperar lo que Unamuno definió como «espejo de soledades», el final de la primavera o un otoño benigno pueden ser momentos más idóneos.
Desde Puebla de Sanabria al Parque Natural
Puebla de Sanabria obligado punto de referencia de la ruta, es una villa armoniosamente integrada en su entorno.
Eso es verdad sobre todo en el histórico barrio alto. Allí, sobre los tejados en fuerte pendiente y, por lo común, con negras cubiertas pizarrosas, sobresalen el perfil recio y cuadrado del castillo que bien mirado tiene también aspecto palaciego y la casi estilizada torre de la iglesia de Nuestra Señora del Azogue, los dos monumentos más destacados de la población, junto con el isabelino edificio consistorial.
En cuanto a la fauna, no hay que descartar la presencia del lobo, que en época estival como si de un veraneante más se tratase, se desplaza hacia la zona desde sus dominios invernales de la sierra de la Culebra, cercana al parque por el sur.
Corzos, armiños, martas, nutrias y también jabalíes, zorros y ciervos comparten un espacio por el que sobrevuela gran diversidad de aves, en tanto que los ríos son, en general, trucheros.
En pleno parque se enclava, además, un destacado monumento románico, el antiguo monasterio de San Martín de Castañeda, y muchos de los pueblos y aldeas que se desperdigan por sus alrededores aún mantienen buena parte de su sabor tradicional.
A esos atractivos hay que añadir las excelentes posibilidades para la práctica de actividades deportivas, desde el senderismo y el cicloturismo hasta los deportes náuticos o los paseos a caballo.
El parque posee una red suficiente de comunicaciones internas que permite acceder a rincones de gran belleza, aunque si el viajero quiere empaparse de la pródiga naturaleza de Sanabria, deberá echar pie a tierra y recorrer algunas de las nada dificultosas sendas que hacen posible un mejor conocimiento del lugar.
Así podrá, además, saborear con mejor apetito la cocina tradicional de la zona: caldo sanabrés, habones, excelente ternera, truchas, bacalao y pulpo.
El verano es una buena época para realizar la visita, pero si se quiere evitar cierta incómoda sensación de multitudes y recuperar lo que Unamuno definió como «espejo de soledades», el final de la primavera o un otoño benigno pueden ser momentos más idóneos.
Desde Puebla de Sanabria al Parque Natural
Puebla de Sanabria obligado punto de referencia de la ruta, es una villa armoniosamente integrada en su entorno.
Eso es verdad sobre todo en el histórico barrio alto. Allí, sobre los tejados en fuerte pendiente y, por lo común, con negras cubiertas pizarrosas, sobresalen el perfil recio y cuadrado del castillo que bien mirado tiene también aspecto palaciego y la casi estilizada torre de la iglesia de Nuestra Señora del Azogue, los dos monumentos más destacados de la población, junto con el isabelino edificio consistorial.
Desde la altura, el sugerente panorama que a la vista se ofrece da cuenta de lo privilegiado del enclave.
Hay que buscar, hacia el norte, la apacible, aunque en ocasiones (especialmente. durante los fines de semana veraniegos) muy concurrida carretera que conduce al lago.
La capital de la comarca de Sanabria, en la que resulta patente la influencia gallega, es un núcleo de gran carácter y de creciente desarrollo turístico, potenciado por su proximidad al Parque Natural del Lago de Sanabria.
Hay que buscar, hacia el norte, la apacible, aunque en ocasiones (especialmente. durante los fines de semana veraniegos) muy concurrida carretera que conduce al lago.
La capital de la comarca de Sanabria, en la que resulta patente la influencia gallega, es un núcleo de gran carácter y de creciente desarrollo turístico, potenciado por su proximidad al Parque Natural del Lago de Sanabria.
La villa, declarada conjunto histórico-artístico, ya aparece citada en las actas de Concilio de Lugo, en el año 569, asociada a la diócesis de Orense.
En el siglo Xlll Alfonso IX de León le concedió fueros y, por su estratégica ubicación respecto a Portugal, don Rodrigo Alonso Pimentel, conde de Benavente, construyó en el siglo xv el castillo que aún preside el casco urbano.
Actualmente, conserva todo el encanto propio de una villa de montaña, con el aliciente de su incomparable entorno natural.
Actualmente, conserva todo el encanto propio de una villa de montaña, con el aliciente de su incomparable entorno natural.
Desde su asentamiento al pie del Tera, el peculiar conjunto urbano. buenas casas de salientes aleros, galerías de madera o balcones, muros que paulatinamente van recuperando el esplendor antiguo de la piedra y techos de pizarra trepa por la escalonada pendiente en medio de un entorno idílico. En la parte alta se agrupan los principales monumentos. Allí se alza el castillo, construido a mediados del siglo xv por el cuarto conde de Benavente, cuyos blasones aparecen en la puerta principal. Posee una sólida estructura defensiva, aunque en el flanco oriental se abren ventanas y un gran balcón que, junto con las estancias interiores, le confieren cierto carácter palaciego. El recinto es cuadrado, protegido por cubos cilindricos, y en su centro sobresale la torre del homenaje, conocida como «El Macho». Es una de las fortalezas mejor conservadas de la provincia y, tras su parcial restauración, pasó a ser biblioteca pública y centro de actividades culturales.
A su lado, tras la anexa ermita barroca de San Cayetano, se encuentra la iglesia de Nuestra Señora del Azogue, templo muy reformado a lo largo del tiempo y con torre-campanario de tres cuerpos. De su construcción original románica (finales del siglo xil) sólo mantiene los muros meridional y occidental, junto con las portadas que en ellos se abren, ambas con labradas arquivoltas y la occidental con columnas que llevan adosadas figuras humanas, toscas pero no carentes de encanto.
La cabecera y el crucero son ya góticos (siglo XVI) y van cubiertos con bóvedas estrelladas, en tanto que el retablo es una obra del siglo XVII.
A su lado, tras la anexa ermita barroca de San Cayetano, se encuentra la iglesia de Nuestra Señora del Azogue, templo muy reformado a lo largo del tiempo y con torre-campanario de tres cuerpos. De su construcción original románica (finales del siglo xil) sólo mantiene los muros meridional y occidental, junto con las portadas que en ellos se abren, ambas con labradas arquivoltas y la occidental con columnas que llevan adosadas figuras humanas, toscas pero no carentes de encanto.
La cabecera y el crucero son ya góticos (siglo XVI) y van cubiertos con bóvedas estrelladas, en tanto que el retablo es una obra del siglo XVII.
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En uno de los flancos de la Plaza Mayor está la Casa Consistorial, edificio del siglo xv, elegante y sobrio, provisto de doble galería entre torreones laterales. En la misma plaza y a lo largo de la calle principal, que en pronunciada pendiente conduce a la parte baja, pueden verse varias casonas solariegas
A unos 5 km, tras sobrepasar un centro de información turística, El Puente de Sanabria es, además de encrucijada de caminos hacia los cuatro puntos cardinales, un pequeño núcleo de cierta pujanza cuya animación se acentúa sobremanera durante el mercado comarcal de los lunes.Los orígenes del lugar se relacionan con la sencilla ermita en la que desde antiguo se venera a la Virgen, y su nombre resulta evidente a la vista del puente de origen medieval que salva el Tera.
Muy próximo, tras las nuevas construcciones que han surgido en los márgenes de la carretera, está Rabanillo.
Más adelante, Cúbelo dispone su escueto caserío tradicional en arbolada pendiente tras la pequeña ermita que asoma al camino.
Calende, el siguiente pueblo, ostenta la cabecera del municipio, uno de los cuatro con territorios dentro del parque, y también buena parte de las preferencias de quienes buscan solaz y descanso en esta zona, como demuestra la abundancia de nuevos edificios y establecimientos hoteleros.
Sin embargo, en el núcleo antiguo, enclavado entre verdes prados y frescos huertos, aún conserva buenos ejemplos de arquitectura tradicional: piedra y mampostería en los muros, pizarra en los tejados, corredores de madera y grandes chimeneas.
Carretera adelante, y tras dejar a la derecha un breve desvío que conduce a Pedrazales, con sus casas dispersas entre peñascos de caprichosas formas, se llega a una bifurcación, ya muy cerca del lago, de cambiante colorido, según la perspectiva, la estación y la hora, pero siempre provistos de hipnótica atracción.
La carretera prosigue hasta alcanzar el borde de las aguas y las playas que se abren en diversos puntos. Pero antes es aconsejable seguir por el desvío que asciende a la derecha en dirección a Vigo de Sanabria, encantador pueblecito alargado en un valle al pie del cañón que horada el río Forcadura, sobre el cual, a la entrada, se alza un viejo puente.
Los dos núcleos que componen el pueblo (Barrio Bajo y Barrio Alto) comparten la sencilla arquitectura popular de sus casas de piedra, con las habituales cubiertas de pizarra y aireados corredores. La iglesia parroquial es un templo originario del siglo XV, presidido por un retablo barroco. Más escondida está la ermita de la Virgen de las Gracias.
Más adelante, Cúbelo dispone su escueto caserío tradicional en arbolada pendiente tras la pequeña ermita que asoma al camino.
Calende, el siguiente pueblo, ostenta la cabecera del municipio, uno de los cuatro con territorios dentro del parque, y también buena parte de las preferencias de quienes buscan solaz y descanso en esta zona, como demuestra la abundancia de nuevos edificios y establecimientos hoteleros.
Sin embargo, en el núcleo antiguo, enclavado entre verdes prados y frescos huertos, aún conserva buenos ejemplos de arquitectura tradicional: piedra y mampostería en los muros, pizarra en los tejados, corredores de madera y grandes chimeneas.
Carretera adelante, y tras dejar a la derecha un breve desvío que conduce a Pedrazales, con sus casas dispersas entre peñascos de caprichosas formas, se llega a una bifurcación, ya muy cerca del lago, de cambiante colorido, según la perspectiva, la estación y la hora, pero siempre provistos de hipnótica atracción.
La carretera prosigue hasta alcanzar el borde de las aguas y las playas que se abren en diversos puntos. Pero antes es aconsejable seguir por el desvío que asciende a la derecha en dirección a Vigo de Sanabria, encantador pueblecito alargado en un valle al pie del cañón que horada el río Forcadura, sobre el cual, a la entrada, se alza un viejo puente.
Los dos núcleos que componen el pueblo (Barrio Bajo y Barrio Alto) comparten la sencilla arquitectura popular de sus casas de piedra, con las habituales cubiertas de pizarra y aireados corredores. La iglesia parroquial es un templo originario del siglo XV, presidido por un retablo barroco. Más escondida está la ermita de la Virgen de las Gracias.
Continuando el ascenso, el lago impone poco a poco su presencia hasta hacerse visible en toda su extensión desde el inmejorable emplazamiento de San Martín de Castañeda, pueblecito surgido al amparo del monasterio del mismo nombre.
Aunque la vista de este singular ejemplo de la morfogénesis glaciar en España, con el verdor de la vegetación que crece en sus orillas y el cerco sinuoso de las cadenas montañosas que lo abrigan, se presta más que nada a la ensoñación y al ensimismamiento, el viajero debe saber que se encuentra ante el lago natural más extenso de la Península (318 ha), con profundidades que en algunos puntos superan los 50 m.
Los geólogos remontan su formación a la época final de la llamada glaciación de Würm, hace unos 10.000 años. La poderosa acción de los hielos cuaternarios fue excavando grandes receptáculos cerrados por el acumulo de una gran barrera morrénica frontal que, al producirse el lento des-hielo, retuvo las aguas.
Aquí la leyenda afirma que el lago surgió a causa de un castigo divino enviado contra el pueblo de Villaverde de Lucerna, asentado en lo que hoy es dominio de las aguas, por negarse sus gentes a prestar ayuda a un mendigo que resultó ser el propio Jesucristo. Quienes mejor conocen la tradición -y también los recursos de la literatura popular-, además de añadir otros detalles, rematan el relato diciendo que en la madrugada de San Juan todavía se oye un repicar de campanas procedente de las profundidades.
Aunque la vista de este singular ejemplo de la morfogénesis glaciar en España, con el verdor de la vegetación que crece en sus orillas y el cerco sinuoso de las cadenas montañosas que lo abrigan, se presta más que nada a la ensoñación y al ensimismamiento, el viajero debe saber que se encuentra ante el lago natural más extenso de la Península (318 ha), con profundidades que en algunos puntos superan los 50 m.
Los geólogos remontan su formación a la época final de la llamada glaciación de Würm, hace unos 10.000 años. La poderosa acción de los hielos cuaternarios fue excavando grandes receptáculos cerrados por el acumulo de una gran barrera morrénica frontal que, al producirse el lento des-hielo, retuvo las aguas.
Naturalmente, frente a la un tanto hermética explicación científica, el halo legendario que siempre rodea a todo fenómeno natural impresionante aduce «razones» bien distintas.
Aquí la leyenda afirma que el lago surgió a causa de un castigo divino enviado contra el pueblo de Villaverde de Lucerna, asentado en lo que hoy es dominio de las aguas, por negarse sus gentes a prestar ayuda a un mendigo que resultó ser el propio Jesucristo. Quienes mejor conocen la tradición -y también los recursos de la literatura popular-, además de añadir otros detalles, rematan el relato diciendo que en la madrugada de San Juan todavía se oye un repicar de campanas procedente de las profundidades.
Al pie mismo de la carretera y ya casi a la entrada del pueblo de San Martín de Castañeda, se alza un sencillo monumento con versos de Miguel de Unamuno que evocan el paisaje y la leyenda: «San Martín de Castañeda, /espejo de soledades...».
De ese remoto e hipotético aunque probable precedente eremítico de lo que acabaría siendo el monasterio de San Martín de Castañeda poco se sabe a ciencia cierta. Sí hay pruebas, en cambio, de la existencia de una comunidad religiosa ya a principios del siglo x, a la que pocos años después se incorporaron monjes mozárabes procedentes de Al Andalus que reconstruyeron el edificio y lo pusieron bajo la regla benedictina.
Posteriormente, en tiempos de Alfonso VII (siglo Xll), sufrió una nueva reforma, de la que data la iglesia actual, y quedó vinculado a la orden del Císter, que lo habitó hasta la exclaustración del siglo XIX.
Es un magnífico templo románico, de tres naves y crucero en planta de cruz latina, con una hermosa cabecera formada por tres ábsides de desigual altura, y con añadidos del siglo XVI (sacristía) y reformas del XVIII (fachada principal).
En el interior, donde se impone la reciedumbre de los pilares que soportan bóvedas de cañón apuntado, puede verse un discreto retablo renacentista y sepulcros góticos tallados en nogal (siglo XIV).
Junto a la iglesia, en las antiguas dependencias monacales, completamente restauradas, se encuentra instalado el Centro de Interpretación del Parque, donde puede verse una interesante exposición sobre los ecosistemas que en él existen
El asfalto aún prosigue, con impresionantes vistas, a lo largo de unos 9 km, hasta una plataforma a 1.700 m de altura, desde la que se divisa la laguna de los Peces.
Se trata de una de las aproximadamente 20 concavidades lacustres diseminadas por el parque y también tiene origen glaciar. Sus frías y limpias aguas acogen una rica comunidad botánica y faunística.
Para completar el recorrido en torno al lago, hay que deshacer camino hasta el cruce y seguir la carretera que lo bordea por el sudeste.
El escritor vasco, cautivado por la magia del lugar, ambientó en una aldea inspirada en la de San Martín, pero con el nombre de Valverde de Lucerna, la acción de su novela San Manuel Bueno, mártir (1931), una exploración de la conciencia trágica de un cura incrédulo en todo más allá que, sin embargo, vive entregado a sus feligreses, alienta su fe y es tenido por santo. Muchos siglos antes que Unamuno, probablemente hacia el final de la época visigoda que contempló el desarrollo del primer eremitismo en el cercano Bierzo, unos oscuros ascetas también se habían sentido atraídos por esta atmósfera sublime e instalaron en el lugar sus oratorios.
De ese remoto e hipotético aunque probable precedente eremítico de lo que acabaría siendo el monasterio de San Martín de Castañeda poco se sabe a ciencia cierta. Sí hay pruebas, en cambio, de la existencia de una comunidad religiosa ya a principios del siglo x, a la que pocos años después se incorporaron monjes mozárabes procedentes de Al Andalus que reconstruyeron el edificio y lo pusieron bajo la regla benedictina.
Posteriormente, en tiempos de Alfonso VII (siglo Xll), sufrió una nueva reforma, de la que data la iglesia actual, y quedó vinculado a la orden del Císter, que lo habitó hasta la exclaustración del siglo XIX.
De los antiguos edificios han sobrevivido algunas dependencias monásticas y, sobre todo, la iglesia, convertida en la parroquial del pueblo.
Es un magnífico templo románico, de tres naves y crucero en planta de cruz latina, con una hermosa cabecera formada por tres ábsides de desigual altura, y con añadidos del siglo XVI (sacristía) y reformas del XVIII (fachada principal).
En el interior, donde se impone la reciedumbre de los pilares que soportan bóvedas de cañón apuntado, puede verse un discreto retablo renacentista y sepulcros góticos tallados en nogal (siglo XIV).
Junto a la iglesia, en las antiguas dependencias monacales, completamente restauradas, se encuentra instalado el Centro de Interpretación del Parque, donde puede verse una interesante exposición sobre los ecosistemas que en él existen
El asfalto aún prosigue, con impresionantes vistas, a lo largo de unos 9 km, hasta una plataforma a 1.700 m de altura, desde la que se divisa la laguna de los Peces.
Se trata de una de las aproximadamente 20 concavidades lacustres diseminadas por el parque y también tiene origen glaciar. Sus frías y limpias aguas acogen una rica comunidad botánica y faunística.
Para completar el recorrido en torno al lago, hay que deshacer camino hasta el cruce y seguir la carretera que lo bordea por el sudeste.
El camino aparece enseguida flanqueado por áreas acondicionadas como playas y por la práctica de deportes náuticos. Se llega así, tras pasar cerca de las instalaciones del antiguo balneario de Bouzas, a Ribadelago Nuevo, pueblo de moderna planta construido a partir de 1959, tras la rotura de la presa de Vega de Tera, situada aguas arriba, que una aciaga noche de ese año asoló el antiguo enclave causando numerosos muertos.
Una espantosa coincidencia hizo que la ingenua leyenda antes mencionada tomara tintes de terrible presagio. Un monumento en memoria de las víctimas y la interesante iglesia parroquial, de aire vanguardista y con un gracioso campanario, son los aspectos más destacados de este núcleo, en la actualidad completamente volcado hacia el turismo.
Para conocer con más detenimiento las bellezas del parque, nada mejor que echarse a caminar por sus rincones. En el mencionado centro de información suelen proporcionar al viajero interesado datos sobre los diversos itinerarios a pie, de mayor o menor grado de dificultad, que pueden hacerse.
Breve itinerario, de unos 2 km de suave ascenso por la ladera que delimita el norte del lago.
Desde la puerta del camping que da a la playa, se sigue el empedrado hasta enlazar con una senda bien visible que arranca a la derecha y, entre agradable vegetación, conduce hasta el monumento a Miguel de Unamuno, a unos 800 m del monasterio. El camino de retorno, por el mismo itinerario, añade el interés de que se avanza siempre con el lago a la vista.
Una espantosa coincidencia hizo que la ingenua leyenda antes mencionada tomara tintes de terrible presagio. Un monumento en memoria de las víctimas y la interesante iglesia parroquial, de aire vanguardista y con un gracioso campanario, son los aspectos más destacados de este núcleo, en la actualidad completamente volcado hacia el turismo.
Más arriba, Ribadelago Viejo aún mantiene, entre las altas casas que se libraron de la catástrofe y junto a nuevas construcciones, las huellas de la tragedia y el piadoso recuerdo de los ahogados. Al norte quedan las instalaciones de la central hidroeléctrica de Moncabril.
Para conocer con más detenimiento las bellezas del parque, nada mejor que echarse a caminar por sus rincones. En el mencionado centro de información suelen proporcionar al viajero interesado datos sobre los diversos itinerarios a pie, de mayor o menor grado de dificultad, que pueden hacerse.
El ascenso desde la laguna de los Peces a Peña Trevinca (2.124 m), en la divisoria con tierras gallegas y leonesas, o el largo recorrido del cañón del Tera, que pasa junto a diversas lagunas y la presa rota, figuran entre las posibilidades más interesantes, aunque exigen tiempo y cierta preparación. Mucho más sencillo es el itinerario en torno al lago que, en aproximadamente cuatro horas, permite circundarlo a través de una senda bien delimitada y muy agradable. Otras posibilidades también sencillas, en realidad poco más que largos paseos, recomendadas por la Agrupación Montañera Zamora, son las siguientes:
Breve itinerario, de unos 2 km de suave ascenso por la ladera que delimita el norte del lago.
Desde la puerta del camping que da a la playa, se sigue el empedrado hasta enlazar con una senda bien visible que arranca a la derecha y, entre agradable vegetación, conduce hasta el monumento a Miguel de Unamuno, a unos 800 m del monasterio. El camino de retorno, por el mismo itinerario, añade el interés de que se avanza siempre con el lago a la vista.
Senda montana a través de un viejo y ancho camino carretero que discurre bajo una frondosa vegetación, a lo largo de unos 3 km. Arranca tras las últimas casas de San Martín, a la izquierda de la carretera, junto a una curva. Su seguimiento no ofrece dificultad.
Itinerario de características similares al anterior, aunque con mayores dificultades y algo más largo (unos 4 km).
Une a través del monte estos dos núcleos sanabreses. La senda parte del puente de Vigo sobre el Forcadura y tiene un trazado inicial ancho y preciso. Poco después, tras dejar a la derecha otro camino menos marcado que conduce a Pedrazales, se avanza por un tramo empedrado a través de un tupido robledal. En algunos puntos la densidad de la vegetación puede dificultar el camino por la senda, pero no es difícil encontrar vías alternativas para, más adelante, recuperarla y seguirla hasta su final, junto al depósito de agua de Trefacio
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