Cuando nos planteamos esta etapa me surgió, como a la mayoría, la duda de por donde seguirla. Por un lado, me apetecía seguir el camino tradicional, por San Xil, pero me resistía a no pasar por el Monasterio de Samos, que aunque ya lo conocía, es un lugar con un gran sabor, debido a la historia que tienen sus piedras.
De las dos alternativas, la ruta de San Xil nos ofrece un paisaje reconfortante, de múltiples «corredoiras», caminos enlosados que atraviesan las frondosas carballeiras gallegas.
Para visitar Samos discurrimos por el valle encajado del río Ouribio.
Ante el desconocimiento de lo que nos esperaba, decidimos salir muy temprano del hotel con ilusión e inquietud.
Después del puente, a menos de 3 km, se cruza a la derecha de la carretera para descender por una pista asfaltada a San Cristobo do Real.
Allí se salva el río y se sale junto al cementerio por un camino entre castaños y robles.
A la salida de Triacastelá decidimos ir por la variante de Samos.
No obstante os voy a dar idea de la primera opción, sacada de la estupenda guia de Everest Por la derecha parte la variante de San Xil, encauzándose por un camino junto al arroyo Valdoscuro, entre especies de ribera, castaños y robles.
Al llegar a Balsa se inicia un ascenso. Por una pista asfaltada se alcanza una fuente jacobea y a la izquierda San Xil.
El culto a San Gil, eremita griego del s. VII instalado en la Provenza, se convirtió posteriormente en uno de los más prestigiosos del mundo franco. La Vía Tolosana, uno de los cuatro caminos franceses de Santiago, era conocida también como Vía Egidiana por estar la abadía de San Gil (Aegidius = Gil) en su recorrido.
A pesar de la antigüedad de su culto, creemos que su presencia se explica por las peregrinaciones.
Desde hace unos pocos años, sabemos que el autor de la guía del Liber sancti lacobi recorrió la variante que ahora describimos jalonada por pequeñas aldeas, y no pasó por la gran abadía de Samos cuya visita suponía un pequeño rodeo.
La clave de esta certeza es la reciente localización en Montan de uno de los escasos topónimos mencionados en la guía que aún permanecían sin identificar: la misteriosa Villa Sancti Michaelis que allí se cita como estación jacobea entre Triacastela y Barbadelo.
La clave del descubrimiento la ofrecen los testimonios de otros peregrinos, como Arnold von Harff (s. XV), que señala entre Triacastela y Aguiada un Sent Michel de la Costa (cf. gallego «costa», «cuesta», «pendiente», «montaña») o un anónimo italiano, también del s. XV, que dice que en San Michele, situado entre San Xil y Furela, una montaña (cf. Montan) hospedaba a los peregrinos. Si se consulta el mapa, puede verse que entre San Xil y Furela sólo está Montan, en un reducido espacio geográfico.
Pero si las indicaciones de estos peregrinos extranjeros no fueran suficiente, en un documento (1068) del vecino monasterio de Samos se habla de un «loco sancto isto Sancti Michaelis et Sancti Andree, quorum reliquie ibidem sunt recondite in villa vocabulo Montan.» (el santuario de San Miguel y San Andrés, cuyas reliquias están allí escondidas en la villa que se llama Montan).
La existencia de este santuario, donde se guardaban reliquias nada menos que del apóstol San Andrés y del arcángel San Miguel (seguramente traídas del sur de España tras la irrupción árabe), justificaba una visita y un poco de publicidad, como la que le proporcionó el Liber Sancti lacobi. Entre el S. XVI y el XVII, perdida ya la memoria de este tesoro de reliquias y reducido el antiguo monasterio a simple parroquia, se cambió la antigua advocación de San Miguel por la de Santa María. Esta iglesia, de estilo románico, es la que se puede visitar en la actualidad.
Como queda dicho, tras Montan, a escasa distancia, está Furela, a la que el mencionado itinerario italiano del s. XV llama Finella. Tras ésta, Pintin y Calvor, cuya iglesia parroquial de San Esteban aún conserva algunos de los elementos originales de su primitiva fábrica. Se sabe que fue fundada en el s. Vil], en honor de San Pablo y San Esteban, por un presbítero llamado Adilán y algunos monjes del vecino monasterio de Samos. Su llamativa pila bautismal procede de un capitel de época románica, posiblemente de la propia iglesia. Una tradición oral, sin otra verificación, afirma que la última casa del pueblo en dirección a Sarria habría servido como hospital de peregrinos.
Se entra en el concejo de Sarria por la carretera y se alcanza Pintín (al fondo se ve Sarria), y más tarde, en el km 11 7,5, por carretera, Calvor, donde se reúnen las dos rutas para continuar el camino hacia Sarria.
De camino hacia Samos.
Ante el desconocimiento de lo que nos esperaba, decidimos salir muy temprano del hotel con ilusión e inquietud.
Nos dirigimos a la carretera que sigue el curso del río Ouribio, por un valle encajado entre montañas, acompañados por robles, abedules, retamas y otras especies de ribera, junto a algún castaño.
A pesar de andar por carretera, algo incómodo porque hay muchos trozos sin andadero, merece la pena por ver el paisaje.
Después del puente, a menos de 3 km, se cruza a la derecha de la carretera para descender por una pista asfaltada a San Cristobo do Real.
Allí se salva el río y se sale junto al cementerio por un camino entre castaños y robles.
Se cruza varias veces la corriente, al pasar por Renche,
Lastres y Freituxe y, dejando a la derecha San Martiño do Real, se atraviesa la carretera LU-643 para descender por un sendero hasta Samos.
En lo hondo de un valle encajado entre montañas, se encuentra el gran monasterio de los Santos Julián y Basilisa de Samos, uno de los cenobios más antiguos de España, fundado en el s. VI por san Martín de Braga, el responsable de la conversión al catolicismo del pueblo suevo.
La no muy usual advocación a los esposos Julián y Basilisa, mártires de la ciudad egipcia de Antinoe en época de Diocleciano, es otra seña de antigüedad, ya que la popularidad de sus actas martiriales, un auténtico poema a la virginidad, aun dentro del matrimonio, está en relación con el intenso movimiento monacal vivido en España en la época visigótica.
Quizá la elección de los esposos castos como advocación, aparte de por el hecho de contar con reliquias suyas, se deba a que la fundación original era un monasterio dúplice, es decir, mixto, aunque esto sólo es una presunción.
Quizá el culto quedó interrumpido durante algunos años, pues una inscripción del siglo VIl informa que el obispo de Lugo, Ermefredo restauró allí la observancia monástica.
En cuanto a las relaciones de Samos con la peregrinación, debieron ser intensas dada la situación del monasterio cerca del Camino y la tradicional hospitalidad benedictina, aunque no hay muchos documentos que avalen estas presunciones.
Sí se conocen noticias de la hospitalidad practicada allí en fechas posteriores (ss. XVI-XVIII).
Dentro del impresionante conjunto monasterial, que ocupa más de una hectárea, perduran pocos restos medievales, aunque estos sean preciosos, como la capilla mozárabe del Salvador o del Ciprés (ss. IX-X).
La mayor parte de lo conservado en Samos es de época renacentista, barroca o neoclásica. Así la iglesia, en cuya monumental fachada se pueden ver las imágenes de los dos santos titulares junto con la de san Benito.
Más moderno y de mayores dimensiones es el claustro de Feijoo (s. XVII), dedicado al famoso polígrafo benedictino Benito Jerónimo Feijoo y Montenegro (1676-1764), una de las cabezas más lúcidas en los calamitosos tiempos de la España de fines del s. XVII y principios del XVIII.
Los ilustrados escritos de fray Benito, quien profesó en Samos (1688) y mantuvo con el monasterio siempre una gran vinculación, aún llaman la atención por su ilustrado y desprejuiciado criticismo a la hora de analizar las causas de la difícil situación de la España de su tiempo y las posibles soluciones.
Tras visitar su monasterio, proseguimos en dirección al parque de la ribera del Ouribio, y continuamos junto a la carretera, por un camino de grava habilitado para los peregrinos, amueblado con bancos y escoltado de árbolillos, con frecuentes zonas de descanso.
Se dejan a un lado Foxos, Ferreira, Teiguín y Sancobade.
Por la derecha surge una carretera que sube a Pascáis.
Y aquí de nuevo hay que decidir entre continuar siempre junto a la calzada hasta Sarria, o internarse por corredoiras entre minúsculas aldeas (Gorolfe, A Veiga de Reiriz, Sivil y Perros), hasta coincidir con la opción de San Xil en Calvor.
Nosotros optamos por esta última y debo decir que se hace larga aunque el camino es agradable entre árboles y con una dificultad media. (Quizás si lo volviera a hacer me iría por la carretera hasta Sarria.)
Al abandonar Calvor, dejando el albergue en el km 116,5, se marcha junto a la calzada pasando por Aguiada, San Mamede, San Pedro do Camino y Vigo antes de alcanzar Sarria. Allí se cruza el puente sobre el Ouribio y por la Rúa do Peregrino y la escalinata se llega a la Rúa Mayor.
También en Aguiada hay memoria de la existencia de un antiguo hospital, mientras que los nombres de San Mamed do Camino y San Pedro do Camino nos hablan de la vinculación de estos lugares a la ruta.
Ya en las puertas de Sarria, el fin de esta etapa, se encuentra Vigo de Sarria, que como su propio nombre indica (vicus, «villa»), nació como un núcleo de población dependiente de Sarria.
El nombre de Sarria es ya un indicio de la antigüedad de esta población, en cuyo solar se han encontrado restos prerromanos.
Dada su privilegiada situación en un alto flanqueado por dos ríos, suponemos la continuidad de su poblamiento, aunque sin argumentos documentales y con sólo algunos mínimos arqueológicos. En algunos documentos de dudosa antigüedad se afirma que el mítico repoblador de la provincia de Lugo, el obispo Odoario, pobló también Sarria.
Ya con certeza, es Alfonso IX quien la refunda y afora, en torno a 1200, con el nombre de Villanova de Sarria.
El recorrido de los peregrinos por la villa, que se extiende sobre la falda del cerro del Castillo, va en ascenso continuo. En primer lugar, se encontraban la iglesia de Santa Marina, románica, sustituida en la actualidad por un templo moderno. La advocación de la santa mártir de Antioquia, cuyas reliquias circularon por la España altomedieval, es una señal de la antigüedad de esta iglesia.
Más arriba se encuentra la también románica iglesia parroquial de San Salvador, en buen estado de conservación. Representante típico del románico rural gallego, está documentada ya a finales del s. XI.
Sus dos portales, que contienen algunas esculturas, son algo posteriores, del s. XIV. Cerca de ésta se localiza el edificio del que la tradición oral afirma que fue hospital de San Antonio. Si así fuera, podemos considerarlo como un testimonio de la presencia en Galicia de la Orden de San Antonio Abad, tan presente en las etapas castellanas del Camino.
En lo alto del cerro, se conservan los restos del castillo, casi totalmente destruido durante las revueltas populares conocidas como «guerras dos irmandiños», del s. XV.
Muy cerca, se levanta el convento de la Magdalena, hoy regentado por una comunidad de mercedarios. Sus orígenes, algo confusos, parecen estar en una antigua capilla de San Blas junto a la que se estableció una congregación de origen italiano. Posteriormente, debieron ser sustituidos por los caballeros de San Juan.
El actual edificio, fundamentalmente plateresco, ha conservado algunos elementos góticos de la antigua construcción.
Para los ciclistas no hay duda en recomendar la variante de Samos y sin abandonar nunca la carretera LU-643.
Quiero decir que la etapa que hicimos y que he descrito tiene alrededor de los 30 Kms con una dificultad mediana
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